El
cuadro
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El
pitido del microondas lo sacó de su hipnosis; el café estaba listo. Tomó un gran
sorbo y con el pocillo en la mano se
acercó al cuadro otra vez. La imagen vibró y casi se ahoga. Había latido su
garganta, sí, lo había visto; fue un segundo. Sacudió la cabeza y por primera
vez sintió el peso de sus párpados hinchados que a toda costa querían cerrarse.
Necesitaba dormir. Apagó la luz y cerró la puerta de su atelier dejando a la
figura iluminada por un suave resplandor que provenía del patio.
El
sueño no se hizo esperar, vino cargado de imágenes de distintos lugares: pasó
de un bosque a un río caudaloso y de allí a su casa, que no era la suya porque
no reconocía como propio nada de lo que veía, pero así y todo seguía pensando
que era su casa. Todo estaba en silencio, la sala era enorme y en una de sus
paredes había un cuadro: el suyo. Se acercó para verlo de cerca y notó como el
animal movía la cabeza para mirarlo de frente. Pestañó. La mirada fría del
leopardo encontró la de su creador y por un momento fueron, en sus retinas, uno
el espejo del otro. Bostezó. Cuatro colmillos enormes se llevaron todas las
miradas; se relamió y volvió a su posición original. Estiró la mano para tocar
el pelaje suave, pero sus dedos chocaron contra la fría superficie del lienzo. Azorado
busco la mirada del animal como quien exige una explicación. El leopardo se
había congelado en la posición creada y nada pudo hacer para que volviera tan
solo a parpadear.
Amaneció
con el recuerdo fresco del sueño y quiso compartirlo con su mujer que, aún
somnolienta, lo escuchaba con atención.
—Ayer,
cuando terminé de pintar el leopardo me pareció verlo vibrar y acabo de...
—Tus
cuadros son como fotos querido. Hipnotizan si los mirás mucho tiempo...
—Acabo
de soñar que estaba vivo, que se movía dentro del lienzo.
—Deben
ser tus ganas de verlo moverse. La imagen es tan real que solo le falta eso— le
sonrió con ternura—. ¿Te sirvo un café?, va a enfriarse—Lo abrazó.
Aun
con el pocillo de café en la mano se dirigió al atelier. Abrió la puerta y miró
el lienzo. El cuadro seguía allí, todo estaba en el mismo lugar en que lo había
dejado la noche anterior; todo, menos el leopardo...
El
animal ya no estaba allí.
Aníbal
Rojo.
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